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Rosae Rosa, Solo y el milagro de la historia

  • Foto del escritor: Juliana Gusman
    Juliana Gusman
  • 21 ene
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 22 ene

Homem segurando rosa, Still frame do filme "Rosae Rosa"

Por Juliana Gusman | Críticas


A entrevista (1966), de Helena Solberg, es a menudo celebrada por su pionerismo. Primer documental feminista surgido en los años sesenta, este cortometraje sacó a la luz temas hasta entonces ignorados por el cine brasileño moderno. En él, la directora recoge una serie de testimonios de jóvenes de entre 19 y 27 años que reflexionan sobre sus experiencias cotidianas, atravesadas por las normas de género, con notable disonancia. En este sentido, la obra presenta una ambigüedad irresoluble al refutar afirmaciones que prueban tanto la alienación de las mujeres brasileñas de clase media como su insatisfacción justificada con los papeles que se les asignan. Entre la crítica y la complacencia, A entrevista no condena la feminidad burguesa. Su legatario e igualmente pionero Rosae Rosa (1968), sin embargo, no les garantiza la misma cortesía. 


Al igual que Helena Solberg, Rosa María Antuña, una de las primeras mujeres conocidas en dirigir una película en Minas Gerais, pudo acceder a cierta escena cultural gracias a sus condiciones económicas. En una trayectoria inusual para alguien nacida a finales de la década de 1930, ingresó a la Escola Superior de Cinema de la Universidad Católica después de graduarse en Biblioteconomía. A primera vista, podríamos suponer que su incursión inaugural en la dirección cinematográfica (que lleva el nombre de su propio nombre y se escribe con flexibilidad en latín y portugués) presentaría una narrativa subjetiva, aliada a los problemas de una mujer blanca y acomodada que empezaba a rebelarse contra las domesticidades y docilidades impuestas. 


Esta cara de la feminidad, de hecho, está en escena. El personaje de Zulma Drumond cultiva flores en el patio trasero de una atractiva casa con un muro bajo. Abraza su rosal con una devoción a la vez banal y bucólica, distraída por el lirismo –acentuado por la partitura musical superpuesta, único elemento sonoro– de su vida ordinaria. Sin embargo, es interrumpido por el “mendigo” interpretado por Sebastião Schmidt, cuyo viaje es retratado por la directora en planos alternados y dialécticos, desde el inicio del corto. Su obstinada búsqueda de alimento contrasta con la placidez inquebrantable de la niña que, ante una llamada de auxilio, dice no tener nada que ofrecer. El mendigo se da vuelta para irse, a lo que la mujer duda. Llámalo de nuevo. Arranca una de sus rosas y concédele esta pequeña y reconfortante bondad.


En ese momento, la música se detiene. La cámara se acerca al mendigo, estático, con la flor en las manos. Si la delicadeza presente incluso en las imágenes más duras sugiere que la síntesis final de la película sería un guiño ingenuo a la poesía de la conciliación, es en ella donde se sostiene el giro subversivo de Antuña: mirando directamente a la cámara -y, en consecuencia, a los espectadores ilustrados que pueden sensibilizarse ante la aparente benevolencia- el mendigo se come la rosa. En su obra, la directora devora metáforas de sí misma para denunciar, con valentía y sencillez, las urgencias de un pueblo que tiene hambre y poco tiempo que perder. 


No es que Antuña abandone por completo los temas que le conciernen más directamente. Su próxima película, Solo (1969), es un pequeño ensayo visual sobre el deseo –un tema importante para los feminismos que reconocen que el cuerpo que experimenta pleno placer tiene, como diría la historiadora Silvia Federici,, una política inmanente: “la capacidad de transformarse a uno mismo, a los demás y de cambiar el mundo”. En él – que fue proyectado sólo una vez en el Festival JB-Mesbla en el año de su producción – una beata – interpretada por Irene, una prostituta de São João Del Rey – reza sus oraciones antes de irse a dormir. En su cabecera se encuentra, además de medicinas, la figura de San Antonio –que aparece, como en Rosae Rosa, en planos dialécticos intercalados con aquellos que muestran la tensión y la creciente lujuria del protagonista. 


La beata comienza a retorcerse en la cama, al ritmo de la música extradiegética de Abgar Tirado –pianista y compositor de Minas Gerais vinculado a la Iglesia católica, en una capa más de elaboración y delimitación de un microespacio profundamente religioso. A medida que la mujer expande y extiende el alcance de su tacto, la pequeña estatuilla del santo crece como una sombra censuradora y vigilante. 


Sin embargo, apostando una vez más por la imprevisibilidad forjada en un inteligente ejercicio de montaje, Antuña radicaliza su fuerza sintética: cediendo al impulso de la libertad sexual, la beata, desenfrenada y tirada por el suelo, alcanza el santo. Transustanciada en objeto fálico, lo utiliza como prolongación de sus dedos. La cámara se acerca entonces a su rostro y a su alegría, que fluye, en contra de nuestras expectativas, sin culpa.


El peso de esta transgresión, sin embargo, recayó sobre la directora tras el estreno del corto. Reducido a tres palabras (iconoclasta, erótica y cómica) por los comentaristas masculinos de la época, Solo se convirtió, para Antuña, en una película inquietante. Por esta y otras contingencias del destino, se apartó del cine, y a día de hoy se niega a que la llamen artista.   


Contra la tentación imaginativa de los tiempos pasados ​​imperfectos, que podrían llevarnos a proyectar la grandeza de una filmografía inexistente, devuelvo a Rosa, casi cincuenta años después, otras tres palabras que exaltan la potencia de su filmografía concreta y posible, en un tímido intento de ahuyentar fantasmas. Solo, punto final o reticencia de esta anticineasta, es vanguardista, por su frescura, rigor y amor a las imágenes; atrevida, por abordar el asombro de los hombres; y erótica, sí, sigamos con el término. Pero recordemos, con Audre Lorde, de su significado ampliado, como fuente de poder y resistencia. En sus cinco minutos y medio de contribución al cine, Rosa Maria Antuña logró hacer lo impensable: el milagro de la historia. 


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 FEDERICI, Silvia. Más allá de la piel: repensar, rehacer y reclamar el cuerpo en el capitalismo contemporáneo. São Paulo: Elefante, 2023.

 CABALLERO. Audrey. Usos de lo erótico: lo erótico como poder. En: hermana forastera. Belo Horizonte: Auténtica, 2019.

Imagen: Still frame de la película "Rosae Rosa"

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