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El cine porvenir o ensayar el cine bajo la ultraderecha

  • Azul Aizenberg
  • 29 may
  • 11 Min. de lectura

Frente a la gala de apertura del BAFICI en el Teatro San Martín, Abril 2024.
Frente a la gala de apertura del BAFICI en el Teatro San Martín, Abril 2024.

“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”

Alejandra Pizarnik


Cuando me convocaron a escribir este texto, en Argentina hacía poco más de un año había asumido la ultraderecha. A lo largo de doce meses, mis condiciones de vida y las de toda la sociedad se habían transformado radicalmente. Si bien en Argentina las crisis son una espantosa costumbre cíclica de dónde no escapa ningún color político, el tiempo entre el balotaje y la asunción presidencial fue un tiempo de luto y, lo que vino después, una suerte de duelo colectivo que aún continúa. Pero no hay tristeza política sin rabia: mientras veíamos a nuestrxs amigxs ser despedidxs, mientras todo aumentaba en el supermercado, mientras ascendía una violencia racial, clasista, machista en las calles, mientras nos preguntabamos qué hacer frente a semejante ola, golpeamos frenéticamente nuestras cacerolas, nos reunimos en asambleas, marchamos, nos movimos en estado de pregunta: ¿qué hacer?


Aquello que estábamos por presenciar había sido anunciado con bombos y platillos, sin metáforas ni medias tintas: bajo el emblema de La Libertad Avanza, la promesa del nuevo gobierno desde la campaña electoral fue barrer con todo aquello que oliera a “comunismo”. Incluso cuando -lamentablemente- nada que se le parezca al comunismo ha gobernado en la Argentina, y ese término sacudido por la Historia parece haber perdido su raíz revolucionaria. La saña mediática y la violencia explícita de este gobierno hacia la gestión anterior apuntó directamente a nuestras condiciones de vida: a través de DNUs (decreto de necesidad y urgencia), los primeros meses del nuevo mandato se agudizó la crisis habitacional y empezaron los recortes en todos los ámbitos estatales de salud, educación y cultura. Eso que conocemos como clase media, una ficción de la clase trabajadora argentina promovida por el ascenso social de mediados de siglo XX, empezó a erosionarse, agudizando la brecha entre ricos y pobres. Para muchxs, nuestra vida cotidiana se convirtió en un sinfín de piruetas laborales, técnicas y emocionales para sostener derechos básicos que hoy parecen lujos: vivir solxs o con personas elegidas en un lugar del que no te echen cada año, comprar café, descansar los domingos, tratar de sostener una práctica u oficio que no paga el alquiler pero alimenta el espíritu. Un esfuerzo individual que tratamos de exorcizar colectivamente haciendo red con otrxs, o participando de manifestaciones, asambleas, colectivos en dónde poner en común nuestras circunstancias y activar imaginarios para transformarlas. Este es el piso actual de condiciones materiales de una buena parte de quienes participamos del mundo del cine en este territorio. En mi caso, a través de mi plataforma autogestionada ver y poder mutipliqué las iniciativas virtuales, recibiendo un número cada vez más grande de extranjerxs o argentinxs emigradxs que son quienes pueden pagar por un taller de cine o una tutoría, combinando ese trabajo de gestión y docencia con otras instancias, como la propia escritura de este texto. 


Entre el primer verano y otoño del gobierno de ultraderecha, el ataque a la cultura fue sistemático. El vocero presidencial hizo conferencias de prensa semanales en dónde nombraba títulos de películas que tuvieron apoyo estatal, nombres y apellidos de lxs realizadorxs, para referirse a la cantidad de espectadores que tuvieron en cines locales, mintiendo al respecto de las cifras, tergiversando información y sacando de contexto las películas, cómo si fueran todos productos de distintas marcas en una misma góndola, en lugar de experiencias singulares que merecen ser pensadas, cada una, en sus potencialidades de exhibición. Mientras escuchábamos estos dichos, la dirección del Ministerio de Capital Humano (reemplazo del Ministerio de Cultura) efectuaba una ola de despidos en el INCAA, eliminaba oficinas y recortaba áreas de las sedes federales de la ENERC (la escuela nacional de cine) en todo el país. Todo esto sucedía mientras transcurría una nueva edición del BAFICI con total normalidad, con excepción de algunos discursos críticos y algunas intervenciones en la puerta del teatro San Martín. “Cóctel para hoy, hambre para mañana”

Luego de eso se estuvieron produciendo, durante un tiempo, únicamente películas y series de tanques extranjeros. Pero hoy en día, ni eso. El país se volvió demasiado caro y nuestros países vecinos aún pueden ofrecer mano de obra más barata. Queda claro que la crisis es una oportunidad para la obediencia financiera que lleva a lxs técnicxs -la pequeña porción que aún trabaja- a jornadas eternas, muchas veces con horas extras impagas, y a otras producciones menores a negociar salarios por debajo del mínimo establecido por el sindicato de trabajadores audiovisuales (SICA). Esta situación ha expulsado, ciertamente, a muchas personas del ámbito audiovisual, llevándolos a trabajar en cualquier otro rubro e incluso a migrar. El mundo del cine en Argentina no era un jardín de rosas bajo anteriores gobiernos, pero existía un piso de condiciones materiales, conquistadas por la lucha de clases y por el movimiento feminista, que empezó a desaparecer bajo nuestros pies.


En aquellos primeros meses escuché a una escenógrafa decir que en el rubro de arte ya estaban organizadas repartiendo bolsones de comida entre sí mismas. También escuché decir a un trabajador, en medio de una asamblea general de todos los sectores de la cultura, que aquello que están atacando no es al “cine argentino”, sino a cierto tipo de cine. Aquellas películas documentales, artesanales, militantes del cine como modo de construcción y transformación comunitaria, cada una a su manera, con una preocupación por llevar el cine a una diversidad de miradas, antes que por medir su éxito en términos cuantitativos y explotar taquillas. Se estaba refiriendo aquellas producciones hechas a partir de la vía documental del INCAA, una conquista de lxs documentalistas organizadxs en 2007 que tuvo, entre sus objetivos, el fin de que muchxs cineastas en desarrollo realizáramos nuestras primeras películas, ya que no se necesitaban antecedentes para acceder al subsidio; además, por los montos establecidos, abría la posibilidad de que se realizaran una gran cantidad de películas de propuestas estéticas muy diversas, en lugar de pocas películas con una estética estandarizada. Los últimos años este subsidio era completamente insuficiente para producir un rodaje de pocos días con un equipo técnico mínimo, es cierto. Pero su existencia hacía parte de un ecosistema en dónde la práctica cinematográfica y la subsistencia monetaria eran una realidad material para muchas personas: la vía documental fue también la posibilidad de que técnicxs, productorxs y realizadorxs, tengan un esquema laboral que oscilaba entre trabajar en estas películas, en donde el sentimiento por un cine del arrojo estético y el contacto material con nuestro territorio y sus tensiones podía ser explorado, y otros trabajos: producciones de mayor envergadura, trabajos fijos en ámbitos privados o del Estado, la docencia o la investigación. Con esto quiero decir que no teníamos ningún paraíso, pero sí unas condiciones materiales que nos permitían experimentar y tensionar los límites entre arte e industria, entre trabajo y placer, entre la obediencia técnica verticalista y la erótica de la invención colectiva. Sin embargo, bajo los anteriores gobiernos progresistas, mientras se producían documentales de bajo presupuesto a toda marcha y muchos de ellos se estrenaban fuera del país, a nivel local no había una política de exhibición que permitiera que todo ese caudal de obras encontrara su público. La cuota de pantalla que obligaba a exhibir películas argentinas rara vez se cumplía, hasta que en 2024 fue directamente eliminada a través de un decreto.  Este hecho fue algo siempre dicho a media voz. Bajo el epíteto de “no hacerle el juego a la derecha” y el genuino temor a su avanzada, se callaron muchas cosas. Discutir los números y el modo en que “la industria cinematográfica” impacta en el PBI nacional, cómo si nuestras películas fueran únicamente productos cuantificables por la venta de sus entradas, tampoco nos llevó a mejor puerto. Voy hacia atrás, nuevamente. En octubre de 2023, cuando aún no sabíamos lo que nos esperaba, nos empezamos a reunir entre amigxs, conocidxs y desconocidxs que formamos parte de esta gran bolsa llamada cine documental. Algunxs veníamos de participar en asambleas de lo que se denominó “Cine Argentino Unido”, de dónde salíamos frustradxs porque las horas se iban en discutir si pronunciarse a favor de un candidato o no. Decidimos pasar a la acción. Movilizadxs por la captura de nuestro cine bajo estos términos puramente mercantiles y la defensa de un candidato que no nos representaba, nos propusimos formalizar aquello que circulaba por lo bajo: devenir red. Nuestro primer gesto fue proyectar fuera de las salas de cine; llevar las películas a la calle, bachilleratos populares, bibliotecas, parques, centros culturales, y todo lugar que pueda transformarse en una sala en tanto cumpla la condición de reunirnos colectivamente frente a una pantalla. Sin el fin de facturar, ni contar espectadores, ni siquiera de mostrar “nuestras pelis”, sino de reencontrar un sentido comunitario que veíamos extraviado. Una noche nos reunimos, luego de que algunxs hayamos ido a votar con la impotencia de tener que elegir al mal menor para evitar el mal mayor, en el departamento de una compañera. Nos propusimos votar un nombre para nuestro cineclub. Las boletas electorales estaban desperdigadas entre nosotrxs junto con vasos de vino y restos de comida. La gata negra de una compañera irrumpió en nuestra ronda con una presa en la boca, depositó cuidadosamente a una rata viva arriba de las boletas electorales. Desde esa noche, nos llamamos R.A.T.A. Red Anarquista de Trabajadorxs Audiovisuales. La primera A es ser también antifascista, amiguera, anormal, afectiva, atolondrada, amatoria, entre otras ocurrencias. 


Somos obrerxs sin fábrica luchando por mejores condiciones laborales y por devolverle al cine su sentido comunitario, dice el manifiesto que redactamos en esos primeros encuentros. Desde aquel entonces nos dedicamos a ensayar preguntas sobre las formas de ver y hacer cine, o quizás sobre el lugar que el cine ocupa o puede ocupar en nuestras vidas en este mundo en ruinas. Compartimos estas preguntas con otros colectivos: bachilleratos, agrupaciones, coordinadoras y grupalidades diversas con quienes tejemos alianzas para hacer nuestras proyecciones. Encontramos un dispositivo para llevarlas a cabo: una comisión conversa con la grupalidad con quienes vamos a hacer la actividad. Escuchando y atendiendo a las tensiones, deseos y necesidades del espacio al que vamos y del momento en que nos encontramos, definimos qué películas u objetos audiovisuales se proyectarán, y una dinámica específica para hacerlo y conversar luego de ver-escuchar. Entre las conversaciones preparatorias nace un título. La actividad se difunde por su nombre sin revelar las películas que se proyectarán ni los nombres de sus realizadorxs. Así es como produjimos un tendal de encuentros que se trenzan en nuestro archivo, produciendo este involuntario poema colectivo: La escuela de la oposición / La fuerza de la tierra / Una película en dónde ganemos o la asamblea del ocio / Control remoto colectivo / Proyección lésbica urgente / Fantasías revolucionarias / Anguyá desobediente / Abrir la ronda / La escuela de la rabia / Monte adentro / Estallidos desde el sur / Hasta la lluvia / Nuevos brote son sólo algunos de los títulos de las proyecciones que se realizaron en diversos puntos de Argentina y una de ellas en Portugal. Las proyecciones están precedidas de una breve presentación, a veces acompañada por una lectura. Para la conversación posterior, nos proponemos un dispositivo de ronda con variaciones según la ocasión y el lugar, un papelógrafo largo para escribir y dibujar, una urna en dónde depositar deseos para el futuro, una grabación, entre otras. Es importante que la duración de la conversación posterior sea igual o mayor a la duración total de la proyección, porque ahí está el fin último: abrir un espacio-tiempo en dónde intercambiar(nos), sostener(nos), tramar juntxs. 


Cuando la urgencia de las manifestaciones y cacerolazos nos impidió la organización de una proyección, emergió entre nosotrxs la idea de una intervención gráfica: las películas en papel. Se trata de una serie de imágenes, entre fotografías del pasado y el presente, combinadas con consignas y frases escritas a mano surgidas de nuestros debates o citas a otrxs, impresas en blanco y negro en el papel más barato que podamos encontrar. Las pegamos en paredes, paradas de colectivo, monumentos, produciendo una secuencia decidida en el momento. Alguna vez las llevamos con nosotrxs a una marcha, montadas sobre cartón, perdiéndose en la multitud. Las películas en papel devinieron un gesto urgente y efímero en el que producir una huella de resistencia ante el imperativo de obediencia y ante los automatismos de los modos de manifestarse. Para nuestra sorpresa, lanzamos la iniciativa a las redes sociales y nos encontramos con personas de distintas provincias imprimiendolas y pegándolas en sus calles. Es cierto que a veces puede impacientarnos la ausencia de respuestas concretas frente a la violencia que estamos viviendo a diario, pero continuamos confiando en que en nuestros gestos multiplican lo colectivo, proponiendo intervenciones y articulaciones allí dónde no las había. 


¿Cómo seguir haciendo cine en tiempos de aniquilación de los organismos que financiaban nuestras producciones de mínimo presupuesto? ¿Cómo van a aprender y hacer cine las generaciones que nos continúan? ¿Cómo provocar el contagio, extender herramientas, allanar caminos, para que otras generaciones encuentren en el cine un modo de narrar(se), entre la precarización laboral, el multiempleo, los cuidados hacia los afectos cercanos ante la debacle de la salud y la educación? ¿Qué es y a dónde va el cine, en estas condiciones de vida?  ¿Cómo convertir las respuestas posibles a esta pregunta en una multiplicidad crítica, en lugar de sepultarnos en la apatía y renunciar a nuestros oficios? ¿Cómo -en palabras de mi amiga Tatiana Mazú- defender lo que desea seguir siendo marginal sin romantizar la precarización laboral?

Estamos ensayando: intercambiamos trabajo por trabajo entre amigxs y colegas, confiadas en la fuerza que un proceso tiene cuando se comparte, sobre la necesidad de que las películas encuentren su rumbo y su forma, tomando el pulso de un presente convulso; sin romantizar, me atrevo a pensar que buscar la equidad en esos intercambios fuera de las lógicas del mercado compone un apoyo mutuo, un segundeo tan lleno de riesgos como de gestos de generosidad. ¿Qué sabrán los neolibertarios sobre las mieles del apoyo mutuo, sobre la chispa que nace entre dos, tres, cuatro, diez que se juntan bajo fines improductivos, a mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos?Ensayamos: componemos colectivos: unimos lo que está disperso, sistematizamos prácticas e intercambios, ponemos agendas en común, nos re-unimos. Hacemos más lento, a veces más espaciado; sacrificamos salidas, viajes, vacaciones, horas de sueño. También nos agotamos, nos desencontramos, nos quemamos, porque no hay modo de evitar que la violencia social no se metabolice en nuestras individualidades. Pese a todo, proyectamos y tramamos con otrxs, ponemos en pausa en algunas ocasiones el proyecto personal. Nos tenemos. Asambleamos. Nadie se salva solx.   


“Nuestro desafío epocal -escribe Andrea Soto Calderón- consiste en gran medida en explorar la capacidad que tienen las imágenes para cambiar una situación. (...) Ejercitarnos en estar allí dónde no se nos espera, desarrollar vínculos locales, crear contextos en dónde las únicas imágenes que sobreviven no sean aquellas que con un mínimo esfuerzo tienen un gran impacto. Imágenes que objeten los pactos de gobernanza que constituyen las formas de visibilidad y sus políticas de distribución.” Cuando pienso en otras disciplinas como el teatro, la danza, la performance, el fanzine y el vasto universo de la edición artesanal, recupero perspectiva: en Argentina, las grupalidades que se dedican a estas artes y oficios se juntaron siempre, a ensayar eternamente, a buscar la forma posible de sus obras más allá de todo apoyo estatal. Grupos de personas que se reunieron a experimentar formas de producir, distribuir y exhibir imágenes, sonidos, textos que puedan torcer el sentido de realidad. Cooperativas, compañías, ferias, redes, agrupaciones, colectividades, anónimxs de la historia robandole al “tiempo libre” cada segundo existente para esculpir lo incierto, un destello que nos despierte de las realidades opresivas que nos ponen a dormir, que traiga el sueño de otra vida posible. Si, es cierto que el cine parece inseparable de su gen industrial; pero de ninguna manera creo que su destino está en el naufragio total o en la inevitable subsunción de nuestras películas a los fondos europeos como único camino posible. Urge recuperar el espíritu under y punk que -además de a las otras artes- forjó al cine militante en la segunda mitad del siglo XX, (re)inscribirnos en esa tradición, tomar prestadas tácticas de producción y supervivencia de otros oficios y tener el coraje de plantearse qué precisa el mundo del nuestro, sin el apremio del periodismo ni el derrotismo de quien baja definitivamente los brazos. Hagámoslo nosotrxs-mismxs-con-otrxs. Citando a R.A.T.A. puedo terminar declamando: ¡defendamos nuestras utopías! 





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1. La gestión de gobierno anterior era kirchnerista, una variante del peronista que se presenta como la alternativa progresista; tenía instrumentos de inclusión como los planes sociales, subsidios y derechos básicos. Más allá de una discusión sobre el punto en que gobiernos capitalistas juegan a la conciliación de clases, es necesario aclarar a qué se refiere el gobierno actual por “comunismo”: un mínimo piso de derechos básicos.

2. Mazú González, Tatiana. Por un cine pequeño. Revista En otro orden n°1.

3. Soto Calderón, Andrea. De lo inesperado en La performatividad de las imágenes. Ed. Metales pesados. 

4. En las primeras películas en papel hechas por R.A.T.A. se escribió “D.N.U.”, jugando con las siglas del Decreto de Necesidad y Urgencia, apareció la consigna “Defender nuestras utopías”.



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